Marzo, por
antonomasia el mes dedicado a las mujeres.
Desde hace más de
un siglo, el día 8 de este mes, celebramos, o mejor dicho reivindicamos, la
“igualdad” con los hombres.
La palabra
“igualdad” fue acogida y repetida como un mantra de salvación, fue gritada, fue
utilizada como escudo y las mujeres de
hoy le debemos mucho a todas nuestras predecesoras, que lucharon en nombre de
la una sociedad más igualitaria y justa con el género femenino.
Personalmente,
nunca he encajado con la palabra “igualdad”… me siento diferente que un hombre
en muchos aspectos. Mi cuerpo de mujer, mi sentidos de mujer, mi cerebro de
mujer, me enorgullecen…me enorgullece ser y sentirme diferente a los hombres y
no lo digo desde el menosprecio, sino desde la alegría de ser diferente y desde
la convicción que ser diferente es bueno, necesario y enriquecedor.
Nuestro cuerpo, a simple
vista distinto del cuerpo de un hombre, esconde muchas más diferencias. Nuestro
cerebro y nuestro sistema endocrino no son iguales, nuestros sentidos varían
según la fase de ciclo menstrual y reproductivo en la que estamos, todo esto y
mucho más casi nunca se contempla.
Es cierto, no
puedo negarlo, a lo largo de estas últimas décadas, las mujeres hemos avanzado
bastante, obteniendo más libertades y reconocimientos, pero mi reflexión es ¿a
cambio de qué? ¿Somos realmente libres o es una pseudolibertad la que vivimos?¿la
igualdad de género nos libera o nos encasilla más?¿Caímos en estereotipos modernos
del género femenino?
Hay mucho por
hacer y transformar aún. Gracias a la lucha de pocas, salimos del rol puramente
doméstico. Desde entonces nos adentramos en la “selva de la sociedad
patriarcal” y ahí (aquí) nos tuvimos que conformar, adaptar y anestesiar en
muchos aspectos para poder sobrevivir.
Por puro espíritu de supervivencia nos
cargamos, en buena parte, nuestra esencia femenina, vendiendo o silenciando nuestros
dones y habilidades femeninas, dejándolos a la merced de otros… nos convertimos,
sin darnos cuenta, en enemigas de algunos aspectos importantes de nuestra
feminidad.
A mi entender, la
palabra “igualdad” fue enormemente tergiversada y en ciertas ocasiones utilizada por el
patriarcado para inmovilizarnos y en esto, quizás, las mujeres también tenemos
un poquito de responsabilidad…me refiero a que hemos aceptado adoptar hábitos y
modelos puramente masculinos, los cuales nos han hecho desconectar de nuestro
cuerpo, nos han hecho silenciar nuestra ciclicidad, nos han hecho anular
ciertas características típicamente femeninas a cambio de ser “productivas”
igual que los hombres.
Y ¿qué pasa con el ser reproductivas? nuestro sistema
reproductor es capaz de acoger, gestar, parir, nutrir un nuevo ser humano ¿os parece
poco?
Esta función por suerte sigue siendo exclusivamente nuestra, a cambio
pero hemos de pagar un precio muy elevado: seguir siendo productivas… menuda
trampa…
Muchas madres se
encuentran bajo una enorme presión laboral/social. Esto genera a menudo un
extremo malestar interno en las mujeres que no quieren trabajar durante el
embarazo o quieren quedar-se con sus criaturas más tiempo de lo que por ley se
establece.
Toda mujer que
quiera cumplir con sus instintos biológicos tendría que ser alabada, apoyada.
Yo lucho a favor
de un feminismo que vuelva a poner a las madres al centro, porqué las madres
somos, siempre hemos sido y seremos uno de los agentes de cambio para
una sociedad mejor, porque no gestamos sólo cuerpos, gestamos también almas y
sensibilidad.
No sólo tengo la convicción
sino argumentos, para creer que las madres somos promotoras e impulsoras de una
sociedad ideal donde el AMOR finalmente se generará por pura fuerza de inercia.